Una amiga se fue de visita a Canadá un mes, y al regresar tenía 5 kilos menos. La razón... no le gustaba la comida.
Esa misma amiga se fue a Inglaterra, como resultado regresó con otros 5 kilos menos. La razón... no le gustó nuevamente la comida.
Recuerdo haber platicado con un candidato en una entrevista laboral. El había sido director de una escuela en el estado de Querétaro y economicamente había estado muy bien, pero ahora estaba aplicando a una vacante de 2000 pesos mensuales. La razón... La familia estaba en el DF (o sea, abuelos, tíos), por lo que decidieron regresarse al DF y ahora no encontraba trabajo en ningún lado.
Aquí en Chihuahua he encontrado a cantidades inmensas de gente que ha trabajado y vivido por períodos de dos o tres años en EU, sin embargo todos están aquí. Cada uno de ellos puede describir lo bien que estaba económicamente allá, y se quejan amargamente de la situación económica que tienen aquí. Sin embargo, al preguntarles la razón de su regreso, todos dicen lo mismo. La razón... no les gustaba estar lejos de su "tierra", extrañaban a su familia, la comida, la música, el idioma.
Regionalismos tontos.
Ahora que soy un Chilango Expatriado, puedo ver más claramente y analizar todos estos fenómenos de inadaptación nacional, y digo nacional, porque a muchos se les dificulta hasta cambiar de ciudad o estado, ya ni siquiera hablemos de otro país. Es más ya lo he sufrido en mis propias carnes.
En un primer análisis, puedo asegurar que esto sucede por un mecanismo que todos y cada uno de nosotros tenemos llamado"añoranza". La añoranza, según el Diccionario de la Real Academia Española significa "recordar con pena la ausencia, privación o pérdida de alguien o algo muy querido". Es decir, al alejarnos de nuestro lugar de origen, sentimos que ya perdimos todo lo que teníamos, entonces sufrimos irremediablemente un duelo desgarrador. Nada más patético...
En un segundo análisis, he encontrado que la culpa de este mal tan arraigado en nosotros es culpa de los japoneses. Si, leyeron bien, de los japoneses. Me explicaré.
Seguramente todos recuerdan a una pequeña niña llamada Candy White. Sus aventuras fueron seguidas por millones de personas alrededor del mundo a través de la televisión en los 80 y 90. Para los que no la recuerdan, ella era una linda y cándida niña huerfana, adoptada por una familia rica, peri que su vida estaba llena de desgracias. Su primer gran amor se muere, su mejor amiga la niega tres veces como San Pedro a Jesús, todos se burlan de ella, y para acabarla su segundo gran amor se casa con otra. En respuesta a todas estas desgracias, ella decide regresarse al orfenato donde salió, porque era el único lugar en donde era feliz.
Pobre Candy Candy, era una mediocre... Se la pasa sufre que sufre, y en lugar de aprender y desarrollarse, abandona sus logros y vuelve al único lugar en que se siente comoda.
Esta caricatura que pareciera inofensiva, fue tan traumante que en Italia le inventaron un final alegre. Lo malo de esto es que a los mexicanos se les quedó grabada en su inconsciente colectivo, y generaciones enteras de ellas han sucumbido ante lo que ahora llamo El síndrome de Candy Candy.
Eternos sufridores, agotados por el paso de la vida, se han vuelto tristes y amargosas caricaturas que ante un logro o una mejor perspectiva de vida, salen huyendo, justificándose de mil maneras diversas. No aprendemos, no nos adaptamos, tal pareciera que nuestra estructura psíquica es inamovible. Nuestro instinto de supervivencia está atrofiado, ya que él es el que nos permite adaptarnos a nuevos ambientes.
O acaso simplemente será que somos masoquistas por nacimiento?
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